La discusión anterior tenía como propósito definir libertad, pero se hizo evidente establecer una metodología antes de iniciar esa tarea, un punto de partida. Para hacerlo, una de las primeras preguntas a contestar fue ¿por qué el método apriorístico de la escuela austríaca es mejor que sus contrapartes?
A partir de aquí, tomamos como principal contraparte el historicismo, cuyo defecto es que sólo estudia causas y efectos a lo largo del tiempo y tiene capacidad explicativa, pero de ninguna manera permite hacer predicción a futuro. Esto es porque no existen los estándares o patrones que subyacen a la evolución de la historia y que permitirían pronosticar el devenir histórico.
Con esto no quiere decirse que la historia es inútil, sino que simplemente es inefectiva como medio único para aproximarse a las ciencias sociales. En cualquier caso, cabe preguntarse si la historia es ciencia y para dar respuesta a esa pregunta, contestar primero qué es una ciencia.
La antinomia entre las ciencias de la naturaleza (aquellas de las que disponemos evidencia concreta) y las ciencias del espíritu (en su sentido más amplio y que hoy podríamos llamar ciencias humanas), es obra de William Dilthey y queda descartada porque su pretensión era establecer una ciencia “subjetiva” de las humanidades, que llamó Geisteswissenchaften. Precisamente esa es nuestra crítica al historicismo, que en tanto la labor de estudiar y escribir historia involucra (y definitivamente es así) la interpretación, el producto de la tarea del historiador es una selección arbitraria de hechos objetivos, que luego de pasar por un filtro que supone la interacción de la experiencia propia, es cualquier cosa menos “científica” y objetiva.
Por el contrario, nuestro propósito es establecer una metodología científica que nos permita explicar la realidad, esbozar una teoría que explique los principios bajo los cuales se rige un fenómeno social, sin importar nuestro juicio de valor y sin caer en el error de muchos filósofos, que en vez de hacer una tarea descriptiva, fue prescriptiva.
Karl Popper propuso un criterio de demarcación para establecer los límites entre lo que es ciencia y lo que no, que incluye típicamente el criterio falsacionista. Según esto, constatar una teoría implica plantear un contraejemplo que pueda refutarla. Si lo logra, la teoría se puede aceptar provisionalmente, aunque no queda verificada.
No es difícil encontrar contraargumentos a este criterio, especialmente estando tan familiarizados con el proceso de razonamiento inductivo, que va de lo específico y concreto a lo general y abstracto. Otro punto interesante de investigar es el presentado por Thomas Kuhn en “La estructura de las revoluciones científicas”, aunque eso atañe toda otra discusión.
Luego de citar en la discusión el siguiente fragmento de Huerta de Soto, concluimos que la historia es una disciplina respetable pero que no nos permite llegar a conclusiones a partir de su estudio:
“…De la historia no puede extraerse directamente teoría alguna, sino que, por el contrario, es preciso una teoría previa para interpretarla de manera adecuada...”
Además, incluso en ausencia de dicha teoría previa, diría Popper, nuestros prejuicios y supersticiones tomarían su lugar.
Ahora bien, y regresando a nuestro tema central, ¿cómo establecemos axiomas a priori antes de establecer un método o qué método empleamos para utilizarlo? ¿Cómo empezamos a aprender? ¿Puede un axioma ser lógico pero no coherente con la realidad? ¿Por qué preferimos el apriorismo por sobre la observación?
Para dar inicio a esa consecuente discusión, es necesario identificar qué parte de la realidad estamos tratando, ya que el método a emplear para describir cada parte de la realidad es distinto, como no se aplica lo mismo para explicar la ley de gravedad y las relaciones comerciales.
Nuestro objeto será la acción humana como aquello en lo que se asienta la variedad de las relaciones sociales. Una vez definido el fin, podemos comenzar a definir el método.


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